18/2/07

No Hablaré de Ellos (y otros poemas)

I


Aquí están los versos
que se escriben de la nada.
Acá yacen los caudos
de la noche regalona;
aquí en un pecho salpicado
de dolores, de miserias
y de tantas ratas claudicantes.

Se niega la luz del saber.
Se niega la luz del pensar.

Se abre la noche
con su luz infinita, ineludible,
mágica musa de la verdad,
reina de los fantasmas.

Se iza la cárcel para todos.

La libertad se acerca en las sombras.



II


¿Escribirás canciones de amor?
¿Cantarás mañanas de sol?

El lazo que enlaza y junta
ahorca tu garganta.
tu silencio hiere voces
cuando en la eternidad
tu voz calmó los mares.

¿Escribirás canciones de amor?
¿Cantarás mañanas de sol?

Se pudre la sombra.
El sótano del alma, vive.
Las luciérnagas han muerto
tantito como dios.

¿Escribirás canciones de amor?
¿Cantarás mañanas de sol?



III


Atado a mi cuello.
En el fondo del mar,
ahogado de mí.



Paloma.


De clavel se tiñe
tu cintura de besos;
De clavel rozado
por sol y agua;
De bastón herido por el tiempo.

De dolor, paloma,
de mi voz te escapas
al río de nueva sangre
que al viejo mar se une.

Y nace de las entrañas
la pasta de la poesía,
mientras la noche cercana
huye tras la lluvia.



Desnuda.


Desnuda me das vida
como la tierra,
desnuda me morís
como la luna,
desnuda me olvidando
como los días,

desnuda me sangrás
como la lluvia,
desnuda me librás
como el sueño,
desnuda me sanas
como muerte.

Silencio noche,
ella se desnuda.



Julia.


Julia es flautista, y un fenómeno extraño rodea a los flautistas: sus cuerpos son tan transparentes que dejan ver las almas.
Cuando ella toca un pedacito se le escapa y vuela hasta besarte la mejilla.
Los ojos que regalan cielo, las manos nacidas para caricias y cosquillas, acunan un trozo de madera hueca. Un huayra muyoj en el corazón. Aire que nace en las entrañas, se transforma en el pecho y vuela.
Pedacito de alma. Pedacito de Julia.



Poemario.


Abrazo licores
para emprender
el camino de la rosa.

La rosa esta aquí: ¡Baila aquí!

Aclamo cicatrices
para explicar
mis propias mortajas.

Convoco a las sombras,
las sombras que no quieren salir,
las sombras que proyectan un yo,
las guardianas del sótano;
para llorar las lágrimas que escondí
en los poemas con tu nombre,

y siempre la rosa está aquí.



Inevitable.


Que el amor se transforme
en costumbre es inevitable,
y que el idiota sea rey,
y yo aplastado por soñar
y cantar y creer.

Que el amor se transforme
en deuda es inevitable,
y que las risas estallen
con mi cabeza
bajo una bota.

Es inevitable perder;
desenvainar la espada
en un desierto
y arremeter contra todos,
y morir a cuchillo
de los míos.

Es inevitable aceptar
el martirio del sueño,
y honrar las sangres
de junio;
y alzar las banderas
de huesos muertos;
y encabezar
un batallón de osamentas;
y unirme a ellas,
vencedor.

Que el amor se transforme
en resignación es inevitable;
y creer que la salina es el mar;
y llamar saber
a la miopía;
y ser esclavo de la inercia;
y ahorcar al niño que recuerda,
en nombre de la paz.

Es inevitable
una muerte mediocre.
Es inevitable
mis huesos hechos ceniza
por nada.
Es inevitable
el fuego que extinguirá
estos versos.



Frida.


Dan ganas de fagocitarla,
de rumiarle los pechos
pletóricos de primavera,
de sembrarse en el rostro
de madre-tierra,
de beber la luz
que de sus piernas
nace.
Dan ganas de rasgarle la piel
y que el viento lama sus huesos;
de amarrar en su vientre,
muelle de barcas rotas,
y nadar en la miel que de sus ojos
cae;

pero es imposible extirparla
de los jardines de la muerte.



Matinal.


¿No ves que me falta el aire,
que la garganta se cierra,
que me muero
sin morir mis sueños?

Que no seré poeta
con un canto a viva voz,
o guerrero que en la selva
sobrevive inviernos y balas;

que mis brazos no mecen a mi niña,
ni la tierra se siembra de rosas,
que no puedo susurrar al oído
de la que amo, te quiero.

¿No ves que me olvida el aire?
Esos estruendos
son mis pulmones que estallan.

¿No ves que me distrae el aire
y ni cebar puedo
el mate de la mañana?



Tragedia de Méret, diosa de la luz, el sexo y la libido surreal (luz).


Nadie me ama, Méret.
Me poseen desnuda,
me transforman en luz
de sus egos.
Nadie, Méret, nos ama.



Tragedia de Casandra.


¿No quisieras entender menos?
¿Ser más estúpido?
¿No quisieras ver nada
y callar las palabras
sublevadas en las entrañas?

Quizás me crean, piensa,
y profesa.
Pero es gris la canción
y hasta las mariposas se amputan los colores,
pero nadie oye
…no los culpo,
ellos sabrán bienmorir.

Casandra, madreamante,
mis besos beben penas:
¿No quisieras que mis manos
te ahorquen, madre?
¿No quisieras sobrevivir
las mudas canciones, los sordos oídos,
los aullidos que se aproximan,
el hambre-peste, el grito
del niño que muere?

La tragedia de Casandra me habita.
Quizás me crean,
…pero es gris la canción.



Tragedia de Casandra, luego mía.


Cruel destino de profeta, nadie te ama,
nadie aprecia tus aullidos:

¡Gloria, Casandra! Tú eres mi madre.
...pero soy tu hijo y amante...

¡Gloria, Edipo!
Tú debes ser mi padre.



Poema bufónido I.


A orillas de mañana
huele la muerte.
¿Es mi muerte?
¿La tuya?

Se abren los surcos del viento
para que flote una lágrima.

Los payasos ya no cantan.
Los pájaros, de asfalto, se ahogan
- y de sangre.

¿A qué gritar los versos, si todos he muerto?

Mañana será mañana,
la vereda tendrá el charco de esta lluvia,
yo seguiré enredado en tu pollera,
seguiré siendo el cachorro de luna,
la rapsodia muda, la desilusión de todo.

Agoniza, mustio, un cadáver de rosa.



Equus Przewalski II.





Elegía.


Al pie del cerro
entre cervezas y guitarra me prometió
que esa bala era para el tirano.
Esa bala roja, desopresora, Guevara.

A la sombra del tala
me confesó desamores e injusticias,
me juró que guerrearía a palo limpio.
Guerra por agua y dignidad.

Allá están, entre la jarilla.
Llanto puma, llanto coral, llanto coyuyo.
Allá están dando de beber a la seca tierra
sus sangres.



Salmo.


Es de arena el cielo:
páramo divino para ingenuos atletas de la moral.

Allí su sed se saciará,
allí su hambre sanarán
con vinagre y sebo
del dios bendito
que todas las noches vela sus sueños.



Quisiera...


Quisiera escribir los versos
más negros esta noche.
Escribir, por ejemplo, aún tengo esperanzas,
aún creo en el sueño
que huele a carroña,
que mora bajo tierra con mil balas fratricidas.

Escribir: “la noche amamanta al poeta”,
y creer que he dicho algo.

Quisiera escribir los versos
más negros esta noche,
y afirmar lo absurdo de toda ilusión;
hablar de amor como algo verdadero.
Abrir las cortinas, creer que respiro
por valiente empresa
y no por la cobardía subcutánea
que me amorfa.

Quisiera escribir: “¡el sueño es posible!
¡triunfaremos!”
pero no creo en vos y en nada
(no quiero creer porque creer lastima)
-flamantes navajas aniquilando el alma
porque el alma aún cree-.

Quisiera escribir los versos
que desalienten la magia.
Nada existe:
ni Dios ni la Revolución.
Estoy solo, frente a nada.

El viento arrastra los aromas
que daban razón al vivir;
la arena hiere los ojos;
sabor a sal y sangre.

Desnudo de alma,
siento como se muere todo,
y casi ni me importa.



Detrás...


Detrás de estos gestos que me surcan la cara,
que me mienten la cara,
sólo hay eso: un rostro fungible
que esconde la nada que lo alimenta,
la nada del ya-no-ver-luz.

Detrás de estas manos que en bolsillos se acuestan,
se esconde una línea que ningún rapsodomante
se anima recitar,
un verso de sierpe dentro de flor.

Detrás de los ojos huyen lágrimas,
gotas para cínicos,
soles invernales que ni hielos derriten
ni de los fríos salvan.

Soy este terruño del pecho que se niega a ser isla ideal;
que es páramo y río, y es, antes que todo, sueño del viento.



Amantes.


Lejos, aún la tierra
se emborracha
de los jazmines agrios de gusanos
que corrompen su tiesa carne.
Roen los ojos, los genitales,
la lengua.

Ella se abraza a mi cuerpo
mis manos encarcelan su cintura,
mi boca bebe sus pechos,
la flor-ave del paraíso
se fija al techo
ajando la luna.

Y los besos comen la carne,
se hunden en las ternuras,
ansiando la caída del sol.
El fuego óxido que mate todo,
que vomite todo; ceniza, todo.
Son la tierra lejana, son las tumbas, la sal y el viento.

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