“(…) cuidado con el yo en poesía, uno tiene que jugar a ser muchos en múltiples lugares y la poesía permite hacerlo, es como restaurar el aura, un encantamiento del mundo, y allí se escapa una sensualidad que va más allá de la sexualidad.”Néstor Perlongher
La
Subpoesía, mi forma de Subpoesía, está ligada –necesaria e irrenunciablemente-
a la irreverencia: la primera, aunque probablemente no lo sea en términos de
irreverencia fundacional, sino de la
irreverencia fundamental, es la irreverencia contra el Yo, contra la
mismidad, entendida como la(s) construcción(es) social(es) que me atraviesa y
(de)forman.
Y aquí
es donde aparece la paradoja que no es tal, salvo por los límites del lenguaje.
Entender el Yo, que no me constituye, desde la teoría del Ego sum, desde la
serie identitaria, y entender que cuando se dice “mi forma de elegir, de hacer”
-la poiesis, finalmente-, en verdad sería “la forma en que Ella me elije, me hace,
me transforma”. Entiendo, también en el marco del rasgo etimológico del
prefijo, que el poeta está por debajo de la obra, que su rol es equivalente al
del médium, al Sumo Sacerdote vudú: la poesía poseyente, el acto poético como
un acto de voluntad ajena, un acto rizomático con el medio ambiente físico y
mágico, donde el único deber del poseído está en darle (prestarle, sería más
certero) la voz, el cauce, la forma: digo, la lengua y sus trampas –y en eso está
el formalismo-: la experiencia verbal.
La
otra irreverencia fundamental es la risa. Y acá habría que citar los trabajos
del Círculo Bajtín –buen nombre para banda de rock- sobre Rabelais, o algo que
dice Burroughs cuando defiende la parodia en su obra como contrapeso o
contrasentido de la falta de sinceridad en la vida y en el Arte. También porque
es una manera notable de acercarse a la locura en los términos en que Artaud la
defiende: aquello que es marginado por “la dictadura social”, la otredad que
desafía el status quo, una realidad ilegítima –como es ilegítima la realidad
del Sueño- . Y por ello también: la Subpoesía es ilegítima, bastarda, marginal
pero sin los clichés o el esnobismo asociados a esta idea. Es marginal porque encarna, se hace carne de,
lo no-dicho, lo no-existente, lo no-legitimado.
La
tercera irreverencia (sin apostar por jerarquías o gradaciones, más bien pensadas
como territorios) es la erótica. El erotismo entendido como la tensión cardinal entre Ser
y No-Ser y como
des-velo.
Esta
irreverencia posee dos sentidos. El erotismo descubre lo ocultado por los
dogmas y mitos sociales (religiosos, morales, estéticos, éticos), pero también
revela lo expuesto. La sexualidad sobreexhibida es también una otra forma de
ocultamiento -referencia ineludible Foucault. La represión también está en la
banalización del contenido, anestesiado por su ostentación vulgar (entendida
como la desterritorialización, en términos deleuzeanos, del cuerpo y su
erótica), su exposición profana en prime-time que constituye como baratija el
potencial revolucionario del sexo y del deseo (cfr. La revolución sexual, Whilhelm Reich).
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