3/11/14

Prólogo de Julia Muzzopappa para mi libro CANOPE (SUBPOEMAS)



Canope, desvelo de la palabra



ph: Carlos Autieri

  Ya desde el título del texto de poemas de Sergio Felipe Mattano, puede avizorarse una línea de lectura y composición de su poética. Canope, esa “Copa sagrada donde se depositan las vísceras de los muertos”, es uno de los elementos de la compleja materia prima que conforma el cuerpo de los poemas. Las “vísceras de los muertos” no son  únicamente material abyecto, sino órganos corroídos por la asimilación de una tradición innovadora en el arte de la palabra. Las vísceras son la imagen y el resultado fáctico de todo lo vivido, nada más alejado de la materia inerme, nada más cercano al “polvo serán, más polvo enamorado” de Quevedo.
  Si nos preguntáramos con mayor exactitud, qué otros elementos constituyen la materia prima de Canope, sin lugar a dudas deberíamos recurrir a los presentes en la ecléctica mezcla de tendencias y estéticas de casi todos los tiempos, que reaparecen en la poética de Mattano, con ecos imprevistos y resonancias inusuales. Porque no está su mayor logro en crear nuevos objetos poéticos, ni en poetizar elementos sorprendentes; no persiguen estos poemas la novedad escandalizadora de algunos de sus referentes, sino que la riqueza y el desafío estético, y por lo tanto ético, se encuentra en las fracturas de las poéticas anteriores, que la filosa mirada de Mattano se anima a poner en diálogo, a veces consigo mismas, interpelando sus contradicciones  o exaltando el mundo del pensamiento, y, en ocasiones, modelando a través de la imaginación encuentros que son capaces de interceptar las barreras del tiempo y el espacio. Allí reside una parte del valor de la propuesta de Canope: un concentrado, muy cuidadosamente destilado, de modos de tensionar y contorsionar el lenguaje, y con esto quiero decir formas lingüísticas y pensamiento poético, que solo un artesano, suspendido, susurrándose a sí mismo a causa de la emoción estética, puede lograr.
   El hecho de nominar “subpoemas” a  sus  producciones advierte sobre el lugar que el autor se dará a sí mismo en la intrincada y amplia textualidad a la que se incorpora, a la herencia que recibe como poeta, a la estancia que se procura en una declaración de su modo de estar en el mundo: “por debajo de” y “en vías de”, siempre expulsado de la ex –sistencia, en la continua prosecución del poema, en la inacabable estructura del poema; podría decirse,  entrampado en una experiencia vital con forma poética. De allí, la incorporación de uno de los epígrafes del texto, perteneciente a Esteban Montaldo: “¿Cómo te voy a explicar un poema?...”. La explicación, de cualquier cosa, está determinada por un despliegue que requiere un punto final, que en el caso de los “subpoemas” está en movimiento, siempre en el “hacerse”, que por una parte impide domesticar la palabra poética con un discurso tranquilizador, racional, comprensible, y, por otra parte, posibilita la creación poética de un eterno enamorado de las singladuras emanadas del mundo, las emociones y sus intentos por dar cuenta de ellos, sin clausurar el misterio creativo.      
   Por eso, como anuncia la “Advertencia…”: “dentro del poema hay un hombre”. Por eso, el poeta de Canope es un  “cachorro de una luna que se aleja para darme penas y rencor de ya no ser luz”. En una infancia poética presentida como estado o modo de ser, ante la enorme herencia recibida, y de la que es especialmente conciente el yo de estos poemas, en la casa del poema, en ese oikos que se prefigura como domicilio, pero al que es imposible regresar del todo, porque la existencia conlleva la errancia del ser, siempre se está fuera del ser, allí, se construye una de las series que indaga el texto, me refiero a la serie identitaria.
   Toda una red semántica que se esparce por el texto y los epígrafes que acompañan los poemas: vísceras, bilis, infecto estómago, pudre bajo tierra, barro, entre muchas otras expresiones, da cuenta de la concentración que señaláramos como constitutiva de la materia prima del texto y de  la postura estética de los subpoemas, pero también de la materia con la que se modela ese hombre que vive en el poema, que mora responsablemente, de cara a su posición en el mundo, para esgrimir esa identidad, construida de una herencia que conjuga la renovación formal de las vanguardias artísticas europeas y latinoamericanas de principio de siglo XX con las poéticas posteriores de las décadas del 40 y del 50 en nuestro país. Ahora podrá percibirse mejor, el valor que la concentración, como “marca en el orillo”, define la propuesta de Canope.
   Todo el flujo imaginativo y provocativo de Huidobro y Girondo, toda la emoción de Jorge Luis Borges, alejada por completo del confesionalismo, aquella ilegibilidad de Tristán Tzara que desafiaba  los poderes de la razón,  el ingenio mordaz de Macedonio Fernández; pero, además, la seriedad y la sensibilidad social de César Fernández Moreno y Leónidas Lamborghini _en especial el Lamborghini de El solicitante descolocado_ descubren otras series: la política y la poética. De este modo, podría advertirse que la concentración se encuentra como principio constructivo, producto de  un triple cruce de fuerzas que se propone en primer término la empresa de leer “en diagonal” la linealidad inherente de una sucesión histórica que no remite a avances o progresos, sino a modos de hacer y comprender la huida imposible del poema, que remata la “Advertencia…”.
  De las múltiples interrogaciones que incluyen los diferentes poemas de Canope, una es central, y quizás resuma de un modo contundente al resto: “¿Qué canto profesa la boca entrelazada?” (“Canto I”). Podría entenderse que todo el poemario es una búsqueda de respuesta a esta interrogación que en sí misma asevera la estancia de un decir entre decires: prisión y oikos del poeta, que persigue la serie identitaria y que opera como una versión en positivo del poema inicial del texto, “Non ego sum”: el ego sum tiene como correlato esa pregunta que incluye la morada de la identidad que el siguiente poema, “Canto I”, extremará a lo largo del poemario, trabajo que la “boca entrelazada” desplegará en esas otras dos series, la política y la poética.
   Pero la concentración no está solo relacionada con las series que señalamos, ni con el variado universo referencial del mundo cultural que emerge en los poemas, sino con la polifonía,  que va en aumento a medida que “transcurren” los poemas del texto. La voz del diccionario, que abre el texto con la definición de “canope”, inicia un camino hacia la conformación de voces que pertenecen a distintos ámbitos y géneros, no solo textuales, sino subjetivos. Un ejemplo de ello es el tercer poema: “Tragedias (tríptico tristicop)”. Como adelanta el título, está dividido en tres partes, yo diría mejor, fases, en las cuales varios sujetos de la enunciación provenientes del mundo oriental, Méret, y del occidental, Casandra, dialogan con la voz del poeta de la tercera fase del poema.
   Méret, que significa “la amada”, opera como contrapunto de la no bienamada Casandra. Méret, diosa egipcia, dual, cantora, música y danzarina, era considerada la portadora de la apertura de los ojos y la boca de los difuntos en la vida de ultratumba. Méret es Issis y Neftis, “las dos amigas”, quienes seducían a través del canto y la danza. El poema de Mattano enfrenta dos mundos, dos destinos alejados en tiempo y espacio, que retoman el dilema humano de la correspondencia, o no, en la relación amatoria. Casandra (también conocida como Alejandra, lúcida y original manera de incluir a Pizarnik, sin caer en los estereotipos de otras propuestas poéticas, que mencionan a la que perdió su nombre) es hermana gemela de Héleno, ambos tienen _y padecen_ la visión profética; a su vez Casandra engendrará gemelos con Agamenón. Nadie escuchará los presagios certeros de la joven Casandra, nadie amará, en verdad, a la torturada visionaria, quien intenta salvar a los suyos de múltiples desgracias, en muchas oportunidades. De este descuido en la audición, de esta ignorancia de Occidente, habla el poema de Sergio Felipe Mattano, empleando el contrapunto de la gracia del buen oído frente a la petulancia de la boca cuando no está entrelazada a los decires: Casandra, hermana oscura y postergada de todos los poetas, de Rimbaud, antes de Baudelaire, fundadora de una casta acallada.
  Tal vez este tercer poema del texto, que no casualmente se presenta como tríptico, resulte el mejor ejemplo entre las tres series en tensión. Y, nuevamente, el poema siguiente, “Canto II”, opera como continuidad y respuesta del anterior, en el cual la serie identitaria reaparece con mucha fuerza, a modo de homenaje, a “la dama sepia” que “Deglute pájaros” y “me desea/ me inventa/ me recorre”.  La poesía, ese objeto tan extraño, lleva un signo femenino, un contorno de mujer, una curva sensual y sinuosa, que los poemas de Mattano asumen en la multiplicidad de voces que dialogan en su texto y forman parte de una identidad propia, que se anima a desatender la arrogancia característica de la intelección dialéctica, tan expulsiva como atropellada en sus posiciones.
  “Asma”, es un poema  más vinculado con la serie política y social, está “tocado” por las poéticas del 40 y del 50: denuncia, mueve la conciencia, declara un lugar comunitario de pertenencia que reaparece, por ejemplo, en “Desmigarnos”, aunque la presencia de Olivero Girondo, su tono elegíaco, existencial y comprometido, se presenta como síntesis de estéticas. Aquí está el Mattano lector, el mejor recolector de distintas tradiciones, el crítico, el analista.   
  Pero, tal vez, “La máquina de facer churizos” resulte el poema que más cabalmente se proponga indagar e interpelar en qué consiste el oficio de hacer poemas significativos socialmente. Y en este punto es necesario percibir la “aspereza” histórica que conecta la serie política con la poética. Construido casi en su totalidad por interrogaciones, el poema crece a partir de la reflexión, producto de lo actuado en los poemas precedentes. Todo lo que este poema interroga ya ha sido explorado en los anteriores, por eso puede entenderse como lugar de inflexión dentro del poemario, debido a que “La máquina de facer churizos” (churizos, versos en serie, productos del mercado, versos como estatuitas a bajo precio que cualquiera podría hacer y consumir rápidamente, y dicho sea de paso, olvidar) se plantea cómo seguir adelante sin caer en el pozo ciego de la autofiguración, por cierto, estéril, de los mercaderes de poemas. El poema responde _no podría no responder_  con el silencio, puesto que el silencio dis- curre, también es discurso. En ese preciso momento, la apuesta se centra en la mirada, no de algún objeto, sino del nombre, la mirada mira el nombre: “mirar/ nombrar dos palomas/ que en el acto desaparecen/ y no decir/ que las palabras/ inventan /la nada” _como tantas veces se ha dicho. Por eso es un poema signado por la serie política en el sentido más pleno y positivo de la expresión “política”, entendida como comunidad a la que no puede perderse de vista, por tal motivo hay que “mirar” y “no decir”.
   Más cercanos a la serie poética están “Canto Cinco”, “Recetario del poema”, “Endogénesis” y “Disolución”, mientras que otros poemas como “Canto Xesto”, “Alter ego (esquizofrenia)”, “Congreso de poetas” y muy especialmente el poema final, “Manifiesto”, se dedican a explorar la serie identitaria. “Manifiesto” lleva un epígrafe de Niezstche: “los poetas mienten demasiado”. Podríamos leer este poema final a partir de la ambigüedad discursiva y referencial del yo que tan firmemente se presentó en otros poemas. Podríamos conjeturar que quien dice en el primer verso “El que escribe es un ególatra” es Niezstche, o bien, cualquier sujeto que escribe, incluyendo al poeta de Canope. Ese borramiento de las fronteras del sujeto de la enunciación es en verdad una nueva y última interrogación encallada en el último verso: “decidor de mierda”: espacio subterráneo de los subpoemas, del desperdicio visceral al que alude el título del texto, a las heces, material abyecto entre otros sublimes, con los que se construye el texto de Mattano, pero, fundamentalmente, el “Manifiesto” devuelve a la praxis vital el ejercicio del poeta y reclama la renovación de un origen comunitario, tradicionalmente propio de la tarea del poeta, pero  desmitificado de la beatitud  inmaculada, espacio etéreo, ya  inoperante, que algunos creen portar, cuando de hacer poesía se trata.
   Sergio Mattano concentra en Canope una estética de la que no podrá salir incólume, debido a los desafíos retóricos que ha asumido y al lugar que ha construido para sí mismo (podrá  variar, pero no retroceder). Rodeado de riesgos, de voces con las que ha decido dialogar, definidas sus preocupaciones y su una postura, que si bien está encabalgada ideológicamente _diría seducida por praxis esteticistas y otras más existenciales_ apuesta con mayor firmeza a la experiencia comunitaria religada con el cuerpo social, desvelo de su palabra, copa profana en la que se depositan objetos extraños, comúnmente llamados subpoemas.



Julia Inés M uzzopappa



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